-No somos gigantes. No somos ángeles. No soy lo que crees que soy, Decklan.
La miré un segundo, tratando de descifrar si lo que me estaba diciendo era cierto o era alguna especie de trampa que Aleiana me había montado para que me alejase de ella. No parecía estar mintiendo; sus ojos, plateados y profundos, líquidos como metal fundido, no mostraban que estuviera mintiendo.
Sus cejas se bajaban un poco, cuando lo hacía, también, y no había muestra de ese gesto en su faz.
No podía creerlo. Sinceramente, no entraba en mi esquema, en la idea que me había hecho en la mente, tantos meses atrás.
Estaba a punto de volverme loco de indecisión. Retrocedí varios pasos hacia atrás, dándole unos segundos a mi cerebro para que procesara la información.
"No puede ser" me repetía, como un mantra. "Ella no puede ser ESO".
Su mirada era triste; su expresión, devastada. Cogió su capa oscura y la apretó contra su cuerpo, tratando de darse calor en la noche helada.
Al hacerlo, dejó ver algo por debajo de su capa. Un trozo de tela blanco, un camisón de tela de seda que yo conocía a la perfección. Nadie, aparte de mi madre y yo, además de las otras Guardianas, sabía lo que escondían los que portaban las capas blancas. Cuál era su destino.
Averiguarlo había sido pura mala suerte.
No podía respirar. Me aferré al tronco de un árbol, tratando de no desmayarme. Todas las palabras que me había contado mi madre acerca de las Almas estallaron en mi cabeza en una explosión caótica y devastadora.
-No soy nada de eso, porque no puedo serlo. No puedo ser nada, la verdad. He venido al mundo con un único propósito: sacrificar mi vida para que el resto de los humanos podáis seguir viviendo. Soy un Alma.
La miré un segundo, tratando de descifrar si lo que me estaba diciendo era cierto o era alguna especie de trampa que Aleiana me había montado para que me alejase de ella. No parecía estar mintiendo; sus ojos, plateados y profundos, líquidos como metal fundido, no mostraban que estuviera mintiendo.
Sus cejas se bajaban un poco, cuando lo hacía, también, y no había muestra de ese gesto en su faz.
No podía creerlo. Sinceramente, no entraba en mi esquema, en la idea que me había hecho en la mente, tantos meses atrás.
Estaba a punto de volverme loco de indecisión. Retrocedí varios pasos hacia atrás, dándole unos segundos a mi cerebro para que procesara la información.
"No puede ser" me repetía, como un mantra. "Ella no puede ser ESO".
Su mirada era triste; su expresión, devastada. Cogió su capa oscura y la apretó contra su cuerpo, tratando de darse calor en la noche helada.
Al hacerlo, dejó ver algo por debajo de su capa. Un trozo de tela blanco, un camisón de tela de seda que yo conocía a la perfección. Nadie, aparte de mi madre y yo, además de las otras Guardianas, sabía lo que escondían los que portaban las capas blancas. Cuál era su destino.
Averiguarlo había sido pura mala suerte.
No podía respirar. Me aferré al tronco de un árbol, tratando de no desmayarme. Todas las palabras que me había contado mi madre acerca de las Almas estallaron en mi cabeza en una explosión caótica y devastadora.
-No soy nada de eso, porque no puedo serlo. No puedo ser nada, la verdad. He venido al mundo con un único propósito: sacrificar mi vida para que el resto de los humanos podáis seguir viviendo. Soy un Alma.
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