5 de febrero de 2014

Imposible

Me estremezco. Tengo más miedo del que he sentido en toda mi vida. Las manos me tiemblan tanto que tengo que cerrarlas en puños para intentar que al menos los temblores no sean visibles.
"Tranquila. Aguanta" pienso.
Los nudillos se me vuelven blancos. Me quedo extrañada mirándolos, clavando la vista en el blanco que inunda mis dedos mientras sigo estremeciéndome.
Aunque intente calmarme no lo consigo, y eso me duele más que la herida que tengo en el hombro, cerca de la base del cuello. Cae sangre. Puedo ver los surcos, las gotas carmesí cayendo por mi pecho.
Cierro los ojos.
"Aguanta".
El bosque sigue en silencio, y eso me aterra. La luz de la luna hace brillar la sangre, que parece plateada.
Los latidos de mi corazón retumban en mis sienes con un golpeteo constante, como si alguien estuviera tocando un tambor en mi cerebro. Duele.
Me pregunto cuánto tardaré en morir.
Mi camiseta gris ahora tiene manchas oscuras, sendos senderos negros como el abismo a causa de la sangre.
Estoy tumbada en el suelo. El tiempo pasa, y el dolor sigue carcomiéndome.
No puedo quedarme así. Tengo que levantarme.
Intento incorporarme poniendo las manos (aún cerradas en puños) bajo de mí.
Me incorporo soltando un grito. La herida arde, quema. Vuelvo a caer al suelo. La mejilla se me mancha de tierra.
-Oh, dios -digo entre jadeos.
La humedad del suelo del bosque me alivia, pero el dolor es insoportable.
Miro a mi alrededor. Los árboles caducifolios me devuelven la mirada, una mirada oscura, vacía y silenciosa. El vello de mis brazos se pone de punta. El frío mezclado con la humedad empapan mis ropas y mi piel. Siento la tierra mojada entre mis dedos. Huele a hojas húmedas y a tierra.
Tengo miedo. Estoy sola y herida. Pienso en Kiba. Tengo que encontrarle. Si me falta poco, tengo que verle de nuevo.
No he podido ponerme de pie. Dudo que pueda caminar con el dolor que siento.
Desgraciadamente sólo puedo esperar hasta que el dolor mengüe un poco. Intentar...
No sé en qué estoy pensando si creo que el dolor va a mitigarse.
En un momento dado, oigo un crujido, y unos matorrales a mi derecha se mueven. Una figura surge de entre la maleza y corre a mi encuentro.
Sus ojos azules me taladran cuando se coloca a mi lado. No hace preguntas, cosa que le agradezco; no sabría qué responderle.

Me tiende una mano tersa y llena de cicatrices y me ayuda a incorporarme. Ya de pie, suelto un gemido de dolor. Él sigue sin decirme nada. Sin soltarme la mano derecha (la que ha usado para ayudarme) se coloca detrás de mi espalda y me baja el cuello del suéter. Me estremezco al sentir su piel contra la mía, al notar la calidez de su mano en mi cuello.
Cuando ve la herida se tensa. Se queda paralizado y la mano que me agarra aprieta con fuerza.
-¿Han sido ellos? -pregunta; su voz suena ronca, su tono, frío. Siempre habla con este tono de voz cuando algo le importa.
-Sí -susurro.
Recorre con el dedo el borde de la herida. Me tenso de nuevo, pero ese toque me tranquiliza hasta que toca muy cerca de la herida de bala y me hace daño.
-Au.
Retira la mano y vuelve a ponerse frente a mí.
Ahora que lo ilumina la luz de la luna y que lo tengo en frente, puedo ver cuál es su situación. Yo he acabado herida, sí, pero él también está hecho un desastre.
Su traje de camuflaje está hecho un desastre, sobretodo en la zona de la pierna derecha y el pecho. La camiseta está llena de tierra y tiene una rama en el pelo. Del sudor, algunos mechones de pelo negro se le pegan a la frente, mugrientos y sucios. En la cadera tiene una pistola unida al cinturón.
Me pregunto cuántas vidas habrá quitado esa pistola.
No quiero saberlo.
Tiene un corte en la ceja. No me había dado cuenta hasta que la luz hacía brillar la sangre. Le cae en diminutas sendas por la zona derecha de la cara y la mejilla.
Alzo la mano y le recorro la cara, retirando la sangre de su piel. Él se me queda mirando en silencio, en parte tenso y en parte no. Sus ojos están húmedos bajo las pestañas.
-¿En qué estabas pensando? ¿Cómo...cómo se te ha ocurrido hacer eso? -pregunta, y su voz pierde fuerza conforme habla. Al final se queda sin voz.
Se me encoge el corazón. Es la primera vez que veo a Kiba quedarse sin voz.
-No iba...Sabías que yo no me quedaría de brazos cruzados sabiendo que podía hacer algo.
Me agarra de la barbilla con dureza, y por un momento nos quedamos los dos frente a frente callados, mirándonos. Sus ojos azules siguen húmedos, pero hay algo en su mirada que los vuelve más duros.
Rabia. Una rabia devastadora y salvaje.
-No vuelvas a hacerlo. No...ni se te ocurra volver a hacerlo. Si te pasa algo a mí no me queda nada que proteger, ¿entiendes? No podría soportarlo si te pierdo.
-Kiba...-digo en un susurro, pero siento que el mundo da vueltas bajo mis pies y olvido lo que iba a decir.
En ese momento, en ese preciso momento, Kiba acerca la cabeza y me besa. Su beso es apasionado, desenfrenado, lleno de angustia y desesperación. Pone una mano en mi nuca y la otra en mi pelo, y noto su aliento en mi mejilla entre beso y beso.
El bosque está frío, pero yo por dentro estoy en el infierno. Las llamas lamen mi piel desde el interior, ya no recuerdo cómo tengo que respirar.
Le agarro la camisa y susurro su nombre mientras las lágrimas caen por nuestras mejillas, lágrimas llenas de angustia, de pérdidas, de despedida. Lágrimas de dos personas que pensaban que iban a morir esa noche.
Seguimos besándonos mientras notamos el sabor de las lágrimas del otro, y un sollozo se queda atascado en mi garganta.
-No puedo perderte. Te quiero demasiado -susurra contra mi pelo al terminar. Lo abrazo con fuerza y noto su olor en mi nariz.
Para lograr la libertad hemos perdido más cosas de las que pensábamos que íbamos a dejar atrás.

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